Expedición: El Chaltén

Uf. Cuantas emociones juntas. Primer viaje para el blog con el condimento de acampar en un Parque Nacional.

No les voy a mentir y decir que no se me cruzó por la cabeza darme de baja. Pensar si estaba haciendo bien o mal y muchas otras creencias limitantes impulsadas por el ego. Tratando de obviarlas, siguiendo adelante tratando casi de no pensar, creyendo en lo que estaba haciendo.

No pude dormir. Tampoco quería hacer cosas relacionadas al viaje para no maquiniearme. Terminé por recosté, meditar y tratar de estar relajado hasta que partiera al aeropuerto.

Cuando estábamos llegando a Ezeiza para tomar el vuelo de las 04.00 am, mi niño interior estaba más a flor de piel que nunca soltando toda creencia limitante. Además, primera vez que tomaba un avión.

Antes de embarcar tuve la mala idea de fumar un cigarrillo, pero la puta que valió la pena. Como extrañaba fumar por la madrugada, sabor a tranquilidad y soledad, y dependiendo del estado de ánimo, puede ser negativo o positivo. En este caso positivo, con la tranquilidad del equipaje despachado, y la soledad de afrontar este viaje sin acompañante, pero rodeado de ilusiones.

(Inter-pass: Fumé desde los 14, actualmente tratando de dejarlo. Sin embargo, la nicotina me produce una reacción química bastante intensa. Se podría decir que soy un fumador poco recurrente.)

Volviendo al viaje, arribe a El Calafate alrededor de las 05 am dando con una empresa de traslados que me solucionó los viajes de ida y vuelta.

El chárter estaba ocupado por turistas que venían de Chile por lo que nos detuvimos en el mirador “La Leona” a unos 90 kilómetros del aeropuerto del Calafate, para apreciar el amanecer.

Una vez llegados a la terminal del pueblo, me equipé con las zapatillas de trekking, junto con el equipo térmico, llené la cantimplora y estaba listo para entrar al Parque Nacional. Ya a esta altura manejaba las mismas vibes boy scoutt del niño de Up.

(¡Advertencia! Si van a caminar bastante y son calurosos, por más que haga baja temperatura, recomiendo NO usar equipo térmico).

Antes de entrar al Parque me faltaban cartuchos de gas para el anafe y un vaso térmico para las sopas e infusiones que tenía. Ahora bien, una de las casas de camping no tenía el tipo de cartucho que necesitaba, y la otra abría recién a las 15 pm (eran 12 pm), así que el panorama era el siguiente: no tenía cartucho de gas, por lo que no iba a tomar nada caliente, y lo único que tenía para comer era lo que había comprado recién, atún y galletitas dulces; y media botella de agua.

Con el viento, literalmente en contra, camine por la avenida San Martín hasta llegar a la entrada del Parque Nacional que une el sendero Fitz Roy y Chorrillo del Salto.

Al día de hoy, fines de abril 2025, la entrada al Parque Nacional vale $22.000 ARS (19 USD). Se puede pagar en efectivo con dólares, para hacerlo con pesos argentinos, a través de tarjeta, crédito o débito. También aceptan PayPal.

El primer tramo del sendero que llega hasta el punto de encuentro que conecta, por la derecha el mirador Fitz Roy, y por la izquierda, la Laguna Capri, es bastante arduo. Les recomiendo ir con calma, tomándose las pausas que crean necesarias, realmente cada lugar donde frenen es retrato digno de una postal, sin ir más lejos, el primer mirador Le rocher d’Isabelle (como figura en maps) es alucinante. Vayan en la estación que vayan es una imagen majestuosa.

Y, además, llevar bastante agua sobre todo si van en verano. Toda el agua que corre por el Parque Nacional es potable por lo que van a poder recargar sus botellas en cualquier arroyo. El primero aparece a la hora de comenzar el sendero. Por otro lado, un tip que les puede servir para cuando se queden sin agua es tener chicles a mano. Aunque no parezca, al estar mascando vas salivando lo que en algún punto te hidrata. No es lo ideal, pero te saca del apuro.

Y si es la primera vez que hacen un viaje de este estilo, les va a venir bien adquirir un bastón de trekking, aunque sea el más económico que consigan. Hace la diferencia y se nota. Facilita mucho las subidas y a las bajadas les da un margen para hacerlas más despacio y controlado.

Habré tardado unas dos horas en llegar a la laguna, transpirado como testigo falso caí en razón de que el equipo térmico al final no era necesario para este tipo de ascensos. Me crucé con gente de todas partes del mundo, franceses, estadounidenses, británicos, italianos, orientales, alemanes y bastantes brasileros también. Mucho más extranjeros que argentinos, me llamó la atención ya que era temporada baja (la temporada alta va de diciembre hasta Semana Santa).

Dato de color: no encontré el campamento y terminé acampando en un lugar nada que ver cerca de la laguna, para darme cuenta al segundo día de que el campamento estaba a menos de 50 metros. Pero no estuve solo, cuando vuelvo del mirador, veo otra carpa a pocos metros de la mía.

Igualmente, no les recomiendo acampar fuera de los puntos de acampe, de noche el viento es bastante heavy, incluso, me descocieron una de las uniones de la carpa con las estacas. A diferencia de los campamentos es que están resguardados por árboles.

Ahora, lo increíble es escuchar como el viento baja hacia el Parque, notando por qué zonas va bajando y con la intensidad que sopla. Sin perjuicio de ello, era la primera vez que acampaba en un lugar tan magnánimo y lejísimos de la contaminación visual y sonora de la ciudad.

Al día siguiente por la mañana fui a una colina cerca de donde estaba acampando a leer “el monje que vendió su Ferrari” junto con una vista privilegiada En este momento deseé haber llevar el equipo de mate, se prestaba para unos matecitos con bizcochitos de grasa.

Luego de este lindo comienzo, fui a recorrer el Mirador Piedras Blancas, por el cual se llega a través del sendero que lleva al campamento Poincenot. Este sendero es muchísimo más ameno que el tramo del inicio, con una trayectoria de 40 minutos aproximadamente.

Un punto a destacar, todos los senderos están señalizados, tanto por postes amarillos que te guían el camino, como rojos, indicando camino sinuoso o desviación. Y para los casos en los cuales hay dos o más caminos posibles los que no hay que tomar están tapados con ramas o rocas. Igualmente, si deciden tomarlos, no hay nada de otro mundo, suele ser un camino sin salida y luego de unos pasos se pierde la marcación. Sin embargo, los primeros metros hacia Piedras Blancas se puede llegar a prestar un poco a la confusión, lo ideal es estar atentos y tomárselo con soda, ya que, hasta que el camino se demarca y entras al bosque, es un tramo abierto sin tanta vegetación.

A la vuelta, me desvié por el camino hacia el campamento Poicenot y vi unos senderos que no figuraban en el mapa. De estos hay en casi todo el Parque, acá si les recomiendo tener precaución y saber por dónde entraron y que camino toman, porque incluso cuando vas avanzando conectan con otros senderos y es fácil perderse.

A todo esto, como seguía sin cartuchos de gas me mantuve activo a base de 6 bocaditos marroc que fui comiendo a lo largo del día.

Ya caída la noche, estuve en las orillas de la Capri bajo una espectacular noche estrellada donde además no había una sola ráfaga de viento. El banquete fueron dos jugosas y exquisitas latas de atún, dentro de una cacerola y con la mano, digna escena de El Náufrago.

Ya entrados en el tercer día, superado ampliamente por el frio y la necesidad de ingerir una comida caliente, bajé al pueblo en busca de provisiones, aunque no me cayera en gracia volver a por el mismo sendero, los recuerdos del esfuerzo físico al subir no eran muy gratos. Incluso se llegó a vaticinar en seguir adelante prescindiendo del gas y con la conciencia de no tener ningún alimento. Una locura.

Gracias a Dios la bajada fue bastante ligera, una hora treinta. Fui a la casa “Viejo Oeste” sobre avenida San Martín poco antes de Konrad, donde pude comprar dos cartuchos de gas, el vaso térmico y unos sobres que al diluirlos en agua quedaba tipo bebida isotónica. Lo que me llamó la atención fue el precio de los cartuchos de gas, cada uno $3.000 (2 USD aprox.), baratísimo.

Con el hambre que tenía encima, paré en la panadería Los Salteños que queda a unos metros del otro local. Al ser tipo café busqué una mesa cerca de enchufes para cargar el celular y recargar un poco más uno de los dos cargadores portátiles que me llevé, acompañado de un bruto sanguche de milanesa de pollo completo con café y agua con gas.

La confitería pintorezcamente tranquila. Cuenta con servicio de Toalliete bajo una módica cifra de $2.000 ARS (1.5 USD), que, al mirarlo desde el ojo de un operario de la justicia, es claramente ilegal que un establecimiento comercial cobre por el uso de los baños, según contenido e interpretación de la ley de Defensa del Consumidor. Pero que iba a discutir, con aspecto de “Hippie con IOMA” y a sabiendas de que no estaría en un baño con tantas amenidades por varios días, así que, bajo el son de la playlist, que me animo a suponer se trataba de un CD comprado en un kiosco, de pop melódico latino, fui a hacer uso y goce del servicio

Ahora sí, la subida costó más de lo que había imaginado en un principio. Para colmo, me tenía que apurar para que no me agarre la noche subiendo el sendero, ya que, si bien tenía linterna, había grandes chances de que me perdiera. Por si fuera poco, otra vez tenía media botella de agua para hacer el mismo trayecto de hace dos días atrás. Malditos ciclos.

Con esfuerzo pude llegar antes del atardecer y estrenar el anafe con un café acompañado de chipá. También compré ¼ de pan y ¼ de galletitas dulces (si, compré ¼ de las tres cosas, no se me caía otra variante de fracción en mi cabeza ni por casualidad) que sumado al servicio de baño, y la merienda valió $29.000 ARS ($25 USD)

Ya caída la noche mientras continuaba la lectura de El monje que vendió su Ferrari, preparé una sopa de zapallo con nuez moscada, no les puedo explicar lo que subió la temperatura corporal más lo exquisita que estaba.

Día miércoles. Comencé temprano por la mañana con los preparativos para dirigirme hacia Poincenot. Me detuve en la Laguna Capri a desayunar mientras contemplaba la inmensidad del lugar, atento a la tranquilidad de estar allí. En estos momentos, era donde más presente con todos mis sentidos quería estar, acciones que solemos hacer en piloto automático sin ser conscientes de lo que tenemos frente.

El día era ideal. Incluso llegando al campamento me saqué el abrigo y me quedé sólo con la remera. Esto lo menciono ya que una vez armada la carpa comencé el sendero que lleva hacia la Laguna Escondida y durante el camino sentía muchísimo calor.

Tengan en cuenta la hora de subida para planificar el ascenso a la laguna. Sobre todo, para el caso de que no acampen y hagan en un solo día Chalten-Laguna Escondida lo ideal sería descansar un buen rato en esta zona antes de seguir camino.

Es un ascenso de alta dificultad, y si hubo lluvias en días anteriores se puede complicar. En lo personal, lo pensaría dos veces en hacer el trayecto con lluvia por el peligro de deslizamiento de rocas advertido incluso en los carteles.

Ahora bien, el CALOR hasta llegar a la laguna, no se dan una idea. Transpiraba como cerdo, llegado al punto en que tuve que detenerme unos minutos a tomar aire en cuero, secándome el sudor con carilinas.

Parecía que no llegaba más a la cima, cuando miraba para arriba y veía una especie de meseta era tipo: “uh sí! Ya llegamos”, y cuando llegaba, caía en la cuenta de que todavía quedaba un largo trecho para llegar a destino. Como la vida misma, cuando pensáis que ya lograste algo y no vas a tener más nada por hacer caes en la cuenta de que es el comienzo de algo mucho más grande.

Una vez arriba la vista era majestuosa. Imagen grabada a fuego en la retina de mis ojos, era la primera vez que contemplaba el esplendor de la naturaleza a esta escala. Vale la pena el esfuerzo.

Y cuando comienzo a acercarme, vi a unos gringos acampando allí arriba. Imagínense lo que debe ser mirar las estrellas desde ese lugar con la mayor claridad y esplendor de todo el parque. Para abrir la carpa al otro día y tener pedazo de paisaje frente a tus ojos.

De más está decir que mientras subía, transpirado y con calor, tenía entre ceja y ceja meterme a la laguna.

Lamentablemente la toalla de secado rápido no solamente no la llevé, sino que tuvo otra finalidad. La estuve usando para secar la transpiración de la carpa, que, con la lluvia más la humedad que generaba mi propia respiración se condensaban en gotas de agua, lo cual era complicado para dormir, al mínimo movimiento en el que tocara alguna de las paredes me mojaba la cabeza, espalda, brazos o pies.

Como sea, cuando me metí, no lo hice en profundidad por dos cosas, la primera porque no sé nadar xd, y la segunda por el cambio brusco de temperatura corporal, por precaución ante un posible desmayo. Que de mínima iba a representar un inconveniente. Ya que incluso mientras iba subiendo podía sentir como tenía la presión bastante baja.

Ya de regreso en el campamento, me mentalicé en pasar una noche más en la carpa, para serles honestos, la noche con el frío y la incomodidad de no entrar derecho en la carpa, más la variante de no poder moverme un ápice del aislante porque en la que tocaba el suelo de la carpa era como poner la mano en un frezzer, se iba complicando la nocturnidad.

Día viernes, hoy sí me saqué ampollas. Después de levantarme y secar las paredes de la carpa, dándome cuenta de que había tanto frío afuera que no era agua, sino escarcha de hielo, empecé a dirigirme hacia el campamento D´Agostini, a través del sendero Laguna Madre e Hija con un trayecto en total de 10km (4-5 hs). Para colmo, se iba aproximando una tormenta, por lo que había tiempo que perder si queríamos armar la carpa antes de que llueva con mayor intensidad.

El sendero no ofrece mayores inestabilidades ni pendientes hasta luego de pasadas las lagunas. Ahora, la sensación una vez pasado el punto de encuentro que conecta El Chalten, Laguna Madre e Hija y Cerro Torre, fue la misma que al subir la Laguna Sucia, buscar en el horizonte algún punto de referencia o cartel informativo que indique la llegada.

Luego de lo cansador que fue el viaje, por las ampollas que se hacían notar, me dedique a descansar y regalarme unos minutos de lectura. Gracias a Dios no nos agarró la lluvia, y era un lindo lugar de acampe, a pasos de una bajada que conectaba con la caída de la Laguna Torre y el sonido del agua rozándose con las rocas.

Esta noche descubrí algo que me salvó en las gélidas noches, el anafe dentro de la carpa. Si bien no es recomendable para la salud, por el monóxido de carbono que libera, agravado por el lugar re contra cerrado, lo cierto es que calefaccionó en gran medida la carpa. Obviamente no era un calor constante, pero lo suficiente como para calentarme y conciliar el sueño.

El sábado al despertar imaginaba mi vuelta al pueblo. Si bien tenía pensado volver martes por la mañana, el hambre, la falta de comida y el poco gas, hacía inminente mi regreso.

Mi idea para hoy era buscar un lugar para tomar una infusión, y al día siguiente visitar el Cerro Torre. Pero, como la mayoría de las cosas, no salen como las planeamos. Bajando del campamento con dirección al arroyo que recorría su costado, el sol bañaba los montes al otro lado del agua, fue entonces cuando decidí que ese iba a ser el lugar donde pasaría la tarde. Costeando el arroyo tratando de encontrar algún pasaje por el cual cruzar.

Al final del camino, vi la única forma de cruzar, había dos pibes escalando una cuerda que unía ambos extremos. Instantáneamente descarté la posibilidad de pasar. En la secundaria no me destacaba por mi destreza corporal, poder de concentración y manejo corporal. Sumado a los excesos propios de la juventud hacían una formula bastante problemática para trepar la soga, sin perder de vista las aguas rápidas del arroyo con abundantes rocas prestas para contener mi caída.

Al seguir camino, pasé una colina que ocultaba la laguna y los glaciares que había en ella mientras se dejaba ver en todo su esplendor al Cerro Torre.

Luego de contemplar por varios minutos tal imagen, encontré el spot que estaba buscando luego de caminar por un pantano, que, para serles honestos, lo primero que se me vino a la cabeza fue Shrek, hasta incluso tendría su mismo aroma. Una montaña rocosa donde estuve tomando una sopa y escribiendo para el blog mientras tomaba sol en una tarde esplendida.

Otro Ricardo Datín que les comparto, es que no hay cestos de basura y lo ideal es llevar de antemano una bolsa donde guardarla para llevarla de regreso al pueblo.

El domingo empecé el día con el optimismo de que en unas horas iba a estar comiendo en un lugar calefaccionado después de haberme regalado una ducha con agua hirviendo para limpiar el frío y la suciedad de siete días.

Además, el frío ya se hacía notar. Llevé un mosquete con termómetro que lo utilizaba para medir la temperatura de la carpa. Durante la mayoría del tiempo marcaba 10/12 grados, los últimos dos días entre 6 y 8.

Emprendí viaje hacia el pueblo de ayunas y pocas provisiones. Después de poco menos de 2 kilómetros recorridos, descansé unos minutos disfrutando la tranquilidad del bosque, sabía que al regreso a mi ciudad natal iba a extrañar esa realidad, por eso emprendí la vuelta con tranquilidad, sin apuros y disfrutando cada paso.

El camino a pocos kilómetros del pueblo se torna un poco más intenso, no es de una gran dificultad ya que no hay grandes pendientes, sin embargo, las pequeñas pendientes que hay son bastantes continuas.

Al pueblo llegué a las 04 pm, agotado, friolento y hambriento. Antes de bajar la ansiedad me había ganado y quería solucionar el lugar donde me iba a hospedar. Apurado y sin leer alquilé una habitación en El Calafate, que, sabiendo el horario de salida del colectivo (17.30), que este tardaba unas tres horas, mi fragancia personal después de 7 días transpirando y sin una ducha, más la necesidad de estar en un lugar calefaccionado comiendo algo calentito, hizo que terminara de dar de baja el alojamiento.

Una vez fuera de las montañas, decidí dejar de lado el hospedaje para ocuparme de otra preocupación: buscar un lugar donde merendar. Literalmente mismo comportamiento, celular en mano mientras caminaba buscando algún café cercano abierto.

Al bajar las escalinatas, hay un bar muy lindo “La Esquina”. Por lo poco que vi en el pueblo creo que, para ser temporada baja, era uno de los más aestetic. Entré al local totalmente desahuciado, tal habrá sido mi expresión que la camarera me alcanzó un vaso de agua antes que la carta. Como para no, casi tiro la silla donde apoyé la mochila y si tiré el palo de trekking. Me faltó acostarme en el piso.

Sin dudas entran el Top 10 mejores meriendas. Disfrutando de un exquisito tazón de café con leche, acompañado de un avocado toast junto a una rodaja de budín de banana nueces y DDL. La puta gloria. Culminando la recarga calórica pude encontrar alojamiento a menos de cinco cuadras, y lo mejor de todo, era una casa rodante

Obvio, lo primero que hago al ingresar es prender toda la calefacción existente y prepararme para bañar. Uf Dios, lo que fue esa ducha. Todavía puedo sentir que estoy debajo de la ducha.

Después de bañarme, fui hasta un supermercado, primero por yerba, que cuando chusmeo la casa rodante vi un mate, segundo para la cena. En las noches heladas dentro de la carpa antes de dormirme fantaseaba con “comidas de olla” guisos, pastas, estofados, etc. Sobre todo, estaba antojado de unos fideos con bolognesa y mucho, pero mucho queso. Fui a por ello.

Spoiler: Al estar comiendo tan poco, con un par de mates y frutigram quedé llenísimo. Al punto de no cenar.

Después de dormir plácidamente durante casi diez horas, me levanté con una temperatura ambiente que se prestaba para andar sin remera como si fuera un lugar paradisiaco de Centroamérica. Mientras tanto, afuera rondaban los 2/5 grados.

Por la tarde me dediqué a trabajar sobre los casos que represento como abogado, tenía varios mensajes y llamadas por contestar, mientras tomaba unos mates con la lluvia de fondo. Lunes fresco, gris, lluviozo, ideal para estar en una casa rodante en la Patagonia argentina calentito y siendo esta la oficina laboral del día.

Martes: día de mudanza. Me trasladaba hacia la casilla que había reservado en primer término, calculando que bajaría del Cerro Torre martes por la mañana. Era una mañana hermosa, con el sol saliendo detrás de la zona alta del pueblo.

Por otro lado, ya se hacía notar la presencia de mi viejo conocido y para nada querido TCA (Trastorno de la Conducta Alimentaria), producto de tantos días consumiendo menos de 500 calorías diarias. Me había llamado la atención la atracción repentina para con las harinas y azúcares, cosa que se mantuvo en el tiempo. Sin ir más lejos, cuando ingreso a la casilla devoré cinco magdalenas (Muffins)que había, Todo esto en ayunas, sin haber tomado siquiera medio vaso de agua.

No quiero dejar de contarles el scketch que protagonicé…

Claro, cuando pongo la dirección de la casilla en el maps, figuraba en una esquina al igual que la foto enviada días antes la anfitriona. Cuando llego, veo, la casilla verde, junto con una casa rodante blanca, tal cual la foto. Quizás si me hizo un poco de ruido que el verde de la casilla esté un poco deteriorado, pero quien soy yo para juzgar el paso del tiempo.

Igual, había algo que no me cerraba. Si habían dejado la puerta de la casilla abierta para que se ventilara, porque cuando llego estaba cerrada, incluso con llave, ya que al intentar abrirla no cedía. Entonces fue cuando pensé que quizás esa no era, incluso con grandes chances de que dentro hubiera gente. Lo primero lo confirmé al salir y a los pocos pasos encontrarme con una casilla verde con la puerta abierta ventilándose, lo segundo, todavía me queda la grata duda.

Al rato de haberme instalado, hice unas compras para aprovechar pasear por la parte del pueblo que no había visitado, que, para ser temporada baja, la avenida principal San Martín, tenía la mayoría de los locales abiertos.

Aunque no lo crean, lo que más me llamó la atención del supermercado fue ver la tele después de nueve días, ver algo en vivo. Con la mejor noticia de que en pocas horas se jugaría la vuelta de Barcelona – Inter.

Ya para la noche, luego de cenar spaghetti con “bolognesa” de salchichas (antojo de la niñez), me tapé hasta la cabeza para sobrellevar los ocho grados bajo cero. Para colmo, la estufa eléctrica emanaba una luz que alumbraba todo el lugar, por lo que para poder dormir la tenía que apagar sí o sí.

Madre mía el frío que hacía el miércoles a la mañana. Creo más dentro que afuera. A eso de las 12 pm estaba saliendo con dirección a la terminal para tomar el chárter que me llevaría hacia el aeropuerto y tomar el vuelo de las 18.30.

Lo más lindo del vuelo fue poder estar sobre un colchón de nubes que le terminó dando un broche de oro a la experiencia que fue el viaje de punta a punta, sumada a la paz mental que pude cultivar en los mayores momentos de soledad.

“No pienses que estoy solo,

Estoy conectado con todo lo demás”

-Charly García